Por milenios muchos hombres han sufrido de miseria, escasez y limitaciones, sin que hasta ahora la sociedad humana haya podido erradicar ese desequilibrio. Lo sucedido al hombre va en oposición directa al estado natural de la creación de Dios, que es abundancia infinita, y provisión perfecta para todas las criaturas. Esta verdad indiscutible nos lleva a concluir que la pobreza no viene de Dios, sino que es producto del error humano.
El desvío de las leyes universales comienza desde que un niño nace. El dogma afirma que es hijo del pecado. Así la primera imagen que te dan de ti mismo es la de ser indigno. Si a niveles inconscientes esta información se graba, te guiará la noción de que no mereces las cosas buenas de la vida. La impronta de culpa te hará repeler todo aquello que pueda brindarte gozo, desahogo económico y satisfacciones. Y en cambio te inducirá a aceptar un trayecto erizado de penalidades y carencias.
La segunda falacia es igualmente grave: inconscientemente aceptas como verdad que “quienes poseen exceso de riquezas se las han quitado a aquellos que carecen de lo necesario”. Y que “la única forma de conseguir dinero, es despojando a otros”. Por milenios estas creencias mentirosas han traído como secuela: las más sangrientas invasiones, guerras y revoluciones, además de corrupción, mezquindad, avaricia y una carga de rabia y odio de los desfavorecidos, hacia los más pudientes.
Yo pregunto, si la abundancia ilimitada de Dios fue puesta a disposición de todos los hombres, ¿por qué existen los ricos y los pobres? La respuesta es muy simple: la energía de la abundancia fluye para todos igual. Unos, con gracia saben aceptarla, porque han aprendido a fijar sus pensamientos en aumentar sus bienes. Otros, por ignorancia, enfocan la atención en sus carencias, que por supuesto también crecen y se multiplican. La solución es muy sencilla: “Cambia tu pensamiento y cambiarás tu mundo”. Toda la energía del universo está ahí para apoyar tus creaciones. Hay riqueza ilimitada para todos. Pero la prosperidad no podrá manifestarse a menos que cumplas con un requisito indispensable: hasta que todos tus pensamientos, sentimientos y palabras sean de abundancia, no podrás magnetizarte positivamente para recibirla.
Por otro lado, las religiones han creado un equívoco con respecto al concepto de pobreza. Una cosa es la voluntad de vivir sin posesiones, para experimentar libremente la abundancia de la provisión divina. Y otra es la actitud equivocada de encontrar méritos espirituales en las privaciones y carencias. El estar desprovisto de lo necesario no es la senda que lleva a Dios, porque Dios es abundancia ilimitada. La pobreza no es una virtud, todo lo contrario, es un pecado, porque contraría leyes universales. Tu mismo puedes observar sus graves consecuencias. Muchas de las expresiones más destructivas de la vida nacen como carencias. Allí se incuban: robos, crímenes, problemas familiares, abuso de alcohol y de drogas, miedo, envidia, depresión, preocupaciones, desnutrición, suicidio y desordenes mentales.
Por eso salir de la pobreza es una prioridad urgente. Si tu siguiente paso evolutivo es volver a Dios, tienes que aceptar antes su reino. Dos ejercicios muy sencillos pueden ayudarte a desarrollar la conciencia de abundancia que cambiará tu vida:
1) El subconsciente graba todo lo que con insistencia le repites. Deja entonces que asimile la siguiente afirmación: “Yo soy merecedor de todo lo bueno que la vida pueda darme”.
2) Enfoca tu atención en aquello que recibes diariamente. Concéntrate conscientemente en lo que tienes, y no en lo que te falta. Con esa nueva actitud disfrutarás más de lo que ya posees, y atraerás toda la riqueza que por ley universal te corresponde.
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